jueves, 9 de agosto de 2018

SENDERISMO: 40 KILÓMETROS POR EL CENTENARIO FARO DE CABO SAN PÍO


(C) Iván Martín
Hacía dos años me había aproximado a la zona más al Este de Prefectura Naval Argentina, en la ruta J. También había quedado la premisa de conocer más allá de la baliza Punta Moat, el extremo al que llegué entonces. Se lo comenté a mis dos amigos de caminatas y emprendimos la empresa sin mediar muchos preparativos. Salimos el sábado 24 de febrero, casi a las 5 de la tarde y paramos de caminar luego de 16 kilómetros, a las 11 de la noche, cuando llegamos al refugio Casa Vieja. Un matorral de mata negra, calafate y junco nos detuvo por poco más de media hora en medio de la oscuridad. Finalmente, el domingo antes del mediodía, llegamos al centenario faro, que se alza en el cabo San Pío.

Revisando algunos tracks publicados en la red social Wikiloc, me detuve en el de Cristian Milosevic y observé que esa senda le demando varios días. Luego de hacer las consultas de rigor, le comenté a mis amigos sobre este cabo, el faro y la belleza paisajística del lugar.

Accedieron a hacer el viaje. Fue primero desde Ushuaia hasta el destacamento de Prefectura Naval, distante de la Ruta Nacional Nº 3, unos 86 kilómetros y luego al cabo. Como proyectamos una noche de pernocte y dos jornadas de caminata, el peso mayoritario fue el de la carpa; algunos enseres, poca ropa de recambio y agua. En la zona no hay muchos ríos, arroyos ni chorrillos o por lo menos, el que hay es de dudosa confiabilidad.

Llegados al destacamento, los uniformados nos recibieron y accedieron a que dejemos el vehículo al resguardo dentro del predio de la Prefectura. Allí, nos contaron que durante la semana, unos 3 o 4 caminantes se habían lanzado a la aventura por esas tierras. También, aprovecharon a darnos un recado para un puestero al que nunca encontramos. Cerca de las cinco de la tarde iniciamos la caminata y nuestro primer punto, fue la baliza Punta Moat, distante unos 4 kilómetros, siempre al Este.

Luego de transitar una playa de canto rodado y vadear un río, llegamos a un rancho en medio de la costa. Después supimos que se trata de la vivienda del conocido Paty Vargas, un puestero que vive en esos campos y trabaja para la estancia dueña de esas tierras. Es tan conocido como el calafate. Sin embargo el hombre no estaba y con su ausencia se nos escapaba una oportunidad interesante para conocer un poco más de sus vivencias en el bosque fueguino. Luego de la merienda continuamos nuestro derrotero.

La gran cantidad de caballos sueltos en esa zona, fue una variable con la que no contábamos. La sorpresa estriba en que son animales que no están domesticados, por tanto enfrentan situaciones como la presencia de humanos. En dos oportunidades, tanto mi amiga María Florencia como yo, salimos espantados cuando nos encaraban al trote en nuestra dirección.

A medida que nos íbamos internando en la espesura de la costa, apreciábamos cómo sus formas dibujaban playas de grava y canto rodado. Otras, escarpadas por paredes negras de piedra. Algunos acantilados nos permitían apreciar las islas chilenas del archipiélago fueguino y, con el correr de las horas, contemplar el atardecer en ese lugar. En un momento, me vuelvo para ver dónde estaban los chicos, y vi sus figuras contrastadas perfectamente en un ocaso plagados de amarillos, anaranjados y rojos intensos. La cámara se ocupó de registrar este momento único. Aunque la sensación, el ambiente y el clima de esa hora, solo quedó en cada uno de nosotros, como siempre sucede cuando salimos a conocer nuestra tierra.

Desafortunadamente nos demoramos porque erramos la senda de cuatriciclos y terminamos en un matorral de mata negra, calafate y juncos que nos mantuvieron ocupados por casi una hora. Llevábamos un buen promedio de caminata, cuestión que -con poca luz y mucho cansancio- nos desmoralizó bastante, aunque una vez alcanzada la senda, seguimos sin parar hasta llegar al refugio Casa Vieja, que dista unos 16 kilómetros del punto de partida.

Inspeccionamos por fuera el sitio. Creímos que se trataba de un puesto de la estancia,
con lo cual nos dispusimos a armar la carpa y preparar la cena en el exterior de esa construcción. Unos mostacholes con salsa de cuatro quesos. Cerca de la una de la madrugada del domingo nos fuimos a dormir. Sin embargo el mugido de una vaca o un toro, nos alertó. Así y todo, nadie se levantó, el cansancio era más.

Durante el desayuno, cerca de las 8 de la mañana, organizamos todo y revisamos el lugar con mejor luz. El refugio estaba vacío y había una salamandra, algunos enseres de cocina y el pedido de respetar y cuidar el lugar. Nos miramos y cada uno pensó que hubiera sido mejor dormir ahí dentro. “Para la próxima”, fue la respuesta. Sin embargo, optamos por dejar las pertenencias de más peso en ese lugar, al resguardo y caminar un poco más cómodos.

Poco después de las 10 de la mañana emprendimos el tramo final hasta el cabo a unos 4 kilómetros de ese lugar. Optamos seguir por una lomada y pastizales y luego bajar al accidente geográfico, lo que significó una empresa ardua y un tanto aburrida. El marco paisajístico más vistoso está precisamente en la línea de costa. Llegando, se pueden observar paredes acantiladas de poco más de 100 metros, una interesante diversidad de aves y el islote Blanco, que se encuentra frente al cabo y la isla Nueva (Chile) que es visible en toda la caminata. Luego de hacer el merecido almuerzo y las sesiones de fotos, volvimos sobre nuestros pasos esta vez, bordeando la costa. Es la mejor opción sin dudas.

Al ver por primera vez la estructura del faro sobre la costa acantilada, sentimos que habíamos cumplido la misión. Un nuevo lugar de nuestra Tierra del Fuego que pudimos conocer, apreciar y respetar. “Yak haruin”* dijimos los tres, chocando nuestros bastones, con una enorme sonrisa de satisfacción por el logro.

El faro de cabo San Pío fue puesto en funcionamiento en 1919. En breve cumplirá un siglo marcando el rumbo de los navegantes modernos. Es una estructura cónica de 8 metros roja y blanca y tiene una baliza fotovoltáica y a batería. El cabo lleva ese nombre por la embarcación de un navegante medieval que surcó estas aguas.

Propuse volver sobre la línea de costa, ya que bajar el cerro con densos pastizales me había costado bastante. El cansancio acumulado y la vegetación exuberante del lugar, demoraban el paso.

Al iniciar el regreso, observamos la magnifica costa con peñones de roca esculpidos por los elementos; aves surcando el cielo; el islote Blanco visto una y mil veces y la sensación de soledad aumentada por el profundo silencio que profesamos durante la vuelta. El clima nos acompañó benévolamente durante todo nuestro recorrido. El cielo, apenas cargado de nubes dejaba brillar al sol de una forma única, todo se combinaba a la perfección para darle a cabo San Pío y su faro, un marco inigualable.

Llegados a Casa Vieja -de regreso- y luego de unos mates, emprendimos la vuelta por la senda, que la noche anterior no habíamos podido apreciar. Nos aseguramos de continuar la marca de los cuadriciclos y así, evitando pantanos y zonas anegadas, pudimos atravesar el bosque con su matorral espeso.


Al destacamento de Prefectura llegamos cerca de las 21,30, donde los prefecturianos nos recibieron con agua caliente para el mate y una breve charla sobre nuestra experiencia.

Como resumen de esta travesía, Iván sintió que la caminata lo había “limpiado”; Florencia se sorprendió ya que no tenía expectativas en cuanto al paisaje ni el cabo. En lo personal, pude llegar a las puertas de Península Mitre y juntos, concretar un derrotero ansiado de estas características.


* Yak haruin, en voz selk’nam significa Mi Tierra.

Fotografías: Iván Martín - Andrés Toledo - Edición: Iván Martín