Temprano,
a las 10, partí desde la tranquera verde que se encuentra al final del valle, y
me encamine por el sendero que a sus lados está tapizado de flores amarillas,
lengas, y abundante olor a equinos. Hacia adelante se ve la turbera que explota
una empresa. Hay decenas de caballetes donde reposan los “panes” de turba,
esperan eliminar toda el agua de su interior para ser comercializados como
abono y otros usos. El arroyo Grande, dibuja un serpenteante recorrido, que da
un marco especial al cordón Vinciguerra.
En esta
oportunidad opté por seguir el sendero dibujado por un usuario de la red social
Wikiloc, sitio web y app android altamente recomendables, sin embargo erré el
track que descargué. El que seguía, correspondía a la cima del cerro y no al
glaciar. Lo advertí cuando la masa de hielo desaparecía mientras avanzaba en el
sendero que difiere a la ruta habitual rumbo a la masa de hielo.
Resolví
dirigirme hacia el turbal y cruzarlo. Debo confesar que hacerlo, me recordó las
veces que he caminado por las playas Río Grande o cabo San Pablo. Es igual.
Cuesta avanzar, los pies se hunden en la esponja vegetal y uno se cansa mucho
más que al hacerlo por otro terreno.
Luego de
superar este tramo, hermoso por cierto –los colores rojizos y ocres mezclados
con el verde de la vegetación, dan un panorama muy particular al turbal- crucé
el arroyo vadeando su lecho. A lo lejos podía escuchar el ruido del agua
cayendo. Caminaba por la ladera de la montaña y el sol desprendía unos
fantásticos rayos que aportaban calor y me brindaban entusiasmo.
Crucé
hasta el límite de vegetación por el bosque. En principio, como había hecho
veces anteriores, siguiendo el curso del río que desagua metros abajo. No
dudaba que se trataba del curso que nace en la Laguna de los Témpanos,
mucho más arriba. Cada vez que opto por esta alternativa, entiendo que no hay
sendero, que el recorrido será difícil y, sin dudas, algo podría salir mal.
Tengo que recordar que el sendero que lleva al límite de vegetación es –a mi
gusto- excesivamente vertical y hay puntos, en los que realmente es difícil
avanzar. Eso desanima un poco.
Cuando iba
promediando el viaje por el bosque, miré el GPS de la aplicación y me desmoroné
al ver que no había subido mucho. Sin embargo, mi respiración, mi pulso y la
cantidad de agua que tomaba, eran como para estar mucho más adelante. No tenía
otra posibilidad más que seguir.
No
continuar el sendero establecido puede traer contratiempos. El sábado me topé
con cientos de árboles caídos, ascensos casi a 45 grados, calor… Pero también,
con una enorme cascada oculta en el bosque, enorme. De unos 7 u 8 metros de altura que –al
menos hasta ahí- alejó mis miedos y molestia. Continué subiendo como pude.
Desviándome del río y volviendo a él de acuerdo a cómo se me presentaba el terreno.
Por momentos
escuchaba ladridos de perros. Sabía que en la zona de Andorra andaban muchos
perros abandonados. También leí por ahí sobre el peligro que representan para
quienes andamos en el bosque… Hice desaparecer esa sensación y seguí la
caminata.
Conforme
subía, mi cansancio aumentaba y la hora seguía avanzando no tanto como mis
piernas. El sol pleno y un cielo diáfano, daban un condimento particular a la
visita. Por fin, llegué a una planicie de bosque, continué a través de él orillando
el río. Luego, giré a la izquierda y vi un claro en el bosque. Hacia el sur, se
apreciaba claramente el camino que se introduce en el valle, el nuevo hotel en
el cerro y al fondo, el Beagle y las islas chilenas. Alcancé buena altura
aunque según el mapa, recién llegaba a la mitad de toda la excursión.
Continué
caminando hasta que di con una castorera de altura. Activa por las marcas de
los roedores en los árboles y al fondo de dique, otra enorme cascada cayendo
con un ruido tan presente, tan evidente. En el sendero habitual no se cruza con
semejante paisaje…
En ese
lugar analicé si debía subir casi verticalmente la pared que estaba al lado de
la cascada o bien, ir nuevamente entre el bosque. Todo se veía fácil, aunque
preferí seguir en medio de los árboles; empresa que me resultó tan agotadora
como las anteriores. En este punto, tengo que ser franco y admitir que tenía
muchas ganas de llegar, mis piernas ante el esfuerzo, comenzaban a dar señales
de su estado.
Cuando por
fin llegué arriba de la cuesta, di con la última cascada del río, al menos en
la zona de vegetación; ¡y ahí estaba el sendero! Esto me alegró y me dio energías
para seguir. Ya quedaba poco para integrarme de lleno a la senda y ver
nuevamente el glaciar y su laguna.
Vadeé
nuevamente el río, y llegué al curso que cae entre rocas formando un abanico de
agua blanca, lechosa por efecto de los sedimentos que trae montaña arriba. Ese
fue el punto donde almorcé frutas secas, aceitunas, pasas de uvas y una barra
de cereal con agua del Vinciguerra. Diez minutos fueron suficientes para
continuar el tramo final de esta caminata que, en esta oportunidad, insumió
cerca de 9 kilómetros .
Desde este
punto, todo cambia. Valle de altura, pastizales altos, verdes y un sendero más
que evidente. Cinco años en que no regresaba a ese lugar y vi cómo los castores
han llegado a este lugar alto y empezaron a diezmar el bosque. Bronca.
Luego de
cruzar el verde, llegué a la zona del límite de vegetación. En este punto de la
caminata, las plantas son achaparradas, cojines de bolax y empetrum y flor de
chocolate. Son pocas las especies que se desarrollan a esta altura. Me refiero
a los 680 msnm. También las piedras y rocas comienzan a formar parte del
escenario que se completa con las altas cumbres que acompañan al cerro
Vinciguerra por donde la mirada alcance.
El clima,
en este punto de la senda, dio un cambio rotundo, bajó la temperatura, el
viento helado bajaba de la montaña y gotas de lluvia se hicieron presentes. Una
campera y gorro para la ocasión, formaron parte de la vestimenta en esta zona
de la recorrida. El bastón de trekking, un aliado especial.
Hasta la
orilla de la laguna restaban unos 2 kilómetros y medio. De tanto en tanto, detenía
para tomar aire, agua y disparar mi cámara en todas direcciones. Es la tercera
vez que visito el lugar, -lo mencioné ya-, pero también es cierto que, siempre
cambia mi mirada sobre ese escenario agreste y natural.
Cuando por
fin llegué a la laguna, el paisaje es el mismo que vi en 2010. El cielo cubierto,
precipitaciones y viento. Frio. Pero entiendo –por fotografías- que en esta
oportunidad veré cuevas del glaciar que hace cinco años no estaban. Eso me
anima.
Descanso
al reparo de una roca y planeo mi periplo. Veo que por la derecha de la laguna,
muchos turistas van en sentido del glaciar. Hay algunas grietas evidentes en la
masa de hielo y otras, que parecen ser cuevas. Sin embargo hacia la izquierda
el panorama es mucho más alentador. En realidad, hay menos gente.
Mientras
pruebo algunos bocados, miro las fotos que he tomado hasta este punto y
recuerdo los libros que estoy leyendo. Refieren a Tierra del Fuego, pero hay
uno que compré hace un tiempo que habla sobre el glaciar que tengo frente mío.
Hace mucho que lo leí y recuerdo pocas cosas sobre él. Me impongo la tarea que,
cuando esté nuevamente en Ushuaia y en mi casa, lo voy a buscar para releerlo y
aportar a este artículo.
Me acomodo
la ropa y emprendo la caminata hacia la cueva. Bordeo la Laguna de los Témpanos por la
izquierda y comienzo a subir por las rocas en cercanías del glaciar. Asombra ver,
cómo el paso del gigante de hielo talló líneas horizontales en la roca basal.
¿Hace cuánto habrá sucedido? Llueve. El panorama hacia el sur se ve cubierto y
el frío aumenta.
Bajo unas
cuantas rocas y por fin estoy frente al ingreso de la cueva. Empiezo a disparar
la cámara buscando el punto exacto para capturar lo que veo. Ingreso erguido,
el agua corre por todos lados. Esta parte del glaciar Vinciguerra, adentro de
la cueva, tiene una salida y un desvío hacia la derecha. Poco tiempo estará
así, el calor del viento seguirá modelando la masa helada y su fisonomía ya no
será igual. Recuerdo la entrevista que le hice al director del CADIC en la
capital fueguina, Dr. Jorge Rabbassa, quien me ilustró sobre la situación
actual de nuestros glaciares.
Admiro el
tono azulado que tiene el hielo, presto especial atención a una roca suspendida
en medio del agua congelada hace cientos de años. Arriba mío una roca está
mitad suspendida en el aire y la otra, aun congelada. Sigo disparando la cámara
y, de pronto, esa misma roca cae y golpea la lente. No pasó nada más que un
golpe. Me pregunto qué habría pasado de haber caído encima mío. ¿Cuánto tiempo
esperó para caer?
Sigo
mirando las paredes de la cueva. La luz, aunque débil, consigue alumbrar a
través del Vinciguerra y aprecio cada sedimento atrapado en el hielo, piedras,
rocas, burbujas de aire… todo está ahí, como hace años. Escucho que alguien
grita, ríe. Es del otro lado, en las cuevas del lado derecho. ¿Por qué gritan?
El eco, en proximidades de estos colosos, puede provocar desprendimientos. El
sonido, con sus vibraciones, puede hacer caer la cueva o parte de ella.
Continúo
fotografiando el interior, camino suavemente viendo dónde apoyar los pies y
evitar que las rocas choquen entre sí por mi paso. Logro salir por la parte
posterior de la cueva y doy con la superficie glacial. Hay nieve fresca pero no
mucha. Escucho cómo el agua se escurre por toda su geografía y más arriba, el
glaciar continúa mostrando sus grietas y al pie; el cerro del mismo nombre.
Nuevamente
escucho a la gente abajo, gritan y se vuelven a reír. Si bien el lugar es de
fácil acceso, pienso que deberían informarse qué se puede y qué no se debe
hacer en estas zonas. En fin, no es para todos.
Luego de
recorrer brevemente el glaciar (no tenía grampones para hacer transito sobre él
como hice en 2008), bajé y recorrí la parte derecha de la laguna. El clima
seguía adverso y, a razón de mis extremidades, ya era momento de regresar.
No podría
decir que soy un gran senderista. De hecho, siempre trato de nutrirme en
recursos en la web, libros o con las pocas charlas donde alguien “comparte” sus
saberes y poder recorrer Tierra del Fuego, seguro y tranquilo.
Como
siempre recuerdo, no soy profesional del turismo ni un gran conocedor de las
bellezas fueguinas. Estoy en vías de cumplir ambas premisas. Aunque si, al
pertenecer al periodismo soy curioso y busco documentarme acabadamente sobre
Tierra del Fuego.
La primera
vez que visité el glaciar, lo hice con la agencia Wintek de Ushuaia. En aquella
oportunidad, tuve toda la información básica sobre los glaciares, medidas de
seguridad para transitarlo y las recomendaciones para que, en caso de existir,
se pueda ingresar a una cueva con la mayor tranquilidad.
Entonces,
vi por primera vez –desde adentro- un glaciar. Caminé por su superficie y
aprendí a reconocer las grietas en forma de A y V. A utilizar una piqueta y
para qué son útiles los grampones en los borcegos. Entendí, en esa visita, por qué
es preciso entrar al hielo en silencio, tratando de no hacer ruido con las
rocas ni hablar en voz alta.
Ese ambiente
es tan débil, tan frágil que la intervención del hombre de forma no armónica,
puede acabar en una verdadera tragedia. No lo descubrí yo. Los profesionales de
la montaña, los científicos e investigadores de Tierra del Fuego lo han comprendido
así. Incursionar en este tipo de ambientes, no es para cualquiera. O al menos,
que quien se adentre en estos lugares sepa cuáles son las medidas que debe
cuidar.
Sin
embargo, este grupo de 5 jóvenes ingresaron al lugar desprotegidos, gritando y
riendo sin conocer las consecuencias de ese comportamiento. Pocas horas antes
de redactar esta crónica, descubrí en un grupo de la red social Facebook, un
video donde se muestra a una veintena de personas dentro de unas cuevas de
hielo –presumo que las mismas que viviste ese sábado- en idénticas condiciones.
Es decir, sin medidas de seguridad, hablando en voz alta y generando
abruptamente sonidos. Amén de ello, la gran cantidad de personas que se
aprecian en el video publicado, denota una generación extra de calor hacia el
hielo. Me preguntaba si los organizadores de una caminata de estas
características, evalúan los pros y contras de determinado comportamiento.
GLACIAR
VINCIGUERRA: POR INVESTIGADORES Y ANDINISTAS
El
topónimo se debe a Giacomo Bove. Decio Vinciguerra
fue el biólogo que lo acompañó en la expedición que realizaron hace más de 100
años por Tierra del Fuego.
El glaciar
se encuentra en el sitio RAMSAR más austral del mundo y está asociado a las
turberas de la zona. Está al pie del cerro (1499 m ) del mismo nombre y
dentro de la sierra que tiene una extensión de 20 km , y 1/3 de la extensión de los glaciares de
Tierra del Fuego en su parte argentina.
“Este
imponente glaciar de montaña situado en la sierra homónima, está conformado por
dos vertientes de hielo que confluyen en una reducida lengua orientada al sur.
El desarrollo de la lengua es acotado entre los 800 y los 740 msnm, con una
pendiente de 15%.
Después
del Martial es el más visitado de los glaciares locales. Presenta facilidades
para el transito sobre el hielo en el sector inferior, donde su pendiente es
moderada; no obstante el uso de grampones es imprescindible.
La génesis
de la laguna de los Témpanos (725 msnm): Este espejo de agua se desarrolló a
partir de la década del 70, tras el inicio del proceso de desglaciación del
área. (…) En el lapso de 30 años el glaciar desocupó paulatinamente la laguna.
Hasta el año 2000 el frente del glaciar estuvo parcialmente en contacto con
ella, retrayéndose rápidamente en años posteriores”. (1)
Para
conocer un poco más sobre la senda al glaciar, recurrí al libro de Luis Turi,
Guía de Sendas y escaladas de Tierra del Fuego, donde detalla: “El comienzo de
la picada está claramente marcado por una línea de troncos que están dispuestos
en el piso a modo de durmientes. Estos eran, efectivamente, los durmientes de
un riel que se utilizaba para bajar los rollizos que los hacheros cortaban en
la ladera, hasta un aserradero que funcionaba en el valle.
Estos
rieles fueron traídos de la ciudad, y eran parte del sistema ferroviario que
poseía el presidio de Ushuaia. Este fue desarmado luego que se cerrara la
cárcel, en la década del cuarenta. Los rollizos eran bajados en zorras
arrastrados por bueyes, y luego se los procesaba, obteniendo madera para
construcción y leña”. (2)
Más
recursos
(1)
Iturraspe, Rodolfo J. Glaciares de
Tierra del Fuego / Rodolfo Iturraspe y Adriana Beatruiz Urciuolo – 1 ed. –
Buenos Asires: Dunken, 2011 pags. 84, 85, 94y 100.
(2)
Guía de Sendas y Escaladas en
Tierra del Fuego (2002) Luis Turi 3ª edición, diciembre de 2002. Primera
edición español inglés: 2002.