Inicié pasadas las 15, desde la confluencia
del río y un arroyo que baja de la
montaña. La tarde estaba ideal para hacer el sendero, aunque el olor a humo
persistió unos cuantos kilómetros recordándome la tragedia que vive Tierra del
Fuego. Indignado volví a concentrarme en el camino.
Por el lecho del arroyo comencé a caminar y
pronto a subir. De a ratos se encajona entre la piedra y la densa vegetación de
ésta parte del bosque. La este sistema de montañas, arroyos, ríos y bosque
forma parte de la sierra Sorondo. La cámara nuevamente comenzó a ser
protagonista.
Pronto logré dar con el primer salto de agua.
Entre las piedras, se escurre por las ramas y troncos y da lugar a una bellísima
postal. Única e irrepetible. A estas alturas, la ansiedad por llegar se hace
más intensa y atravieso por el arroyo casi corriendo.
El frio de mis pies pasa inadvertido, el
paisaje describe cientos de formas, miro hacia atrás y comienzo a ver cuánta
altura alcanzo. Por mi cabeza pasan muchos pensamientos, me alegro por estar en
un lugar nuevo. Descubrir algo no conocido genera mucha adrenalina. Indudable.
Cuando promediaba la caminata, decidí subir
al bosque. Fue por un enorme salto que no me permitía acceder más arriba, las
paredes eran lisas en la piedra. Ahí fue cuando escuché voces. Más adelante me
cruce con una pareja de senderistas. Dialogué con ellos brevemente para saber
sobre el camino. Me aclararon que podía seguir las “marcas” que había en
algunos árboles, pero que por el renoval a veces era inaccesible.
Bien. Si hay sendero, dejo el agua y voy por
el bosque, determiné. Así la marcha se aceleró bastante y pude apreciar desde
lo alto, un salto de agua hermoso. Caía desde un balcón en el arroyo y al
llegar, una pequeña laguna recibía la pureza del agua. El sonido, intenso.
Debo confesar que la pendiente se comenzaba a
notar. Ganaba altura y el arroyo cada vez se oía menos. El bosque no es tan
tupido como en Remolino, pero de todos modos tenía que rodear troncos,
saltarlos y tener mucho cuidado. No es una senda muy visitada, el bosque se
regenera y tapa el sendero, por lo que con el bastón iba cerciorándome del
terreno.
Comencé a ver más adelante un blanco en medio
del bosque. Se trataba de una castorera activa. Los troncos grises pero aun de
pie, estaban anegados por la represa. Su propietario nadaba por las aguas sin molestarse
por mi presencia. Era de un pelaje mas claro que otros. Solo él se mostraba.
Continué la caminata y a lo lejos pude ver el
salto de agua más alto que hay en el lugar. Llega a los 10 metros,
aproximadamente y se abre, formando una fotografía sensacional. A sus pies, una
enorme laguna invita a refrescarse. Es hora de cargar las botellas de agua
fresca y tomar más postales del lugar. Otros 5 senderistas también disfrutan
del paisaje.
Luego del descaso, continué la caminata. Sólo
por la derecha de la gran cascada podía seguir. Las marcas del sendero
desaparecen y de pronto, me encuentro con una pared verde absolutamente
vertical. ¿Y ahora? Desgraciadamente no me percaté de fotografiarla, me
entretuve imaginando como sortear ese escollo.
Por fin resolví trepar la ladera y alcanzar
algunas ramas de lenga y asirme con ellas. Mis borceguíes no tienen buena suela,
de modo que con la vegetación me resultó muy difícil llegar. Alcance una
especie de cornisa y busque la pared sin vegetación, solo piedra laja y empecé a subir.
Al fin llegué y pude ver que el límite de
vegetación estaba cerca. La forma del cerro Submarino se aprecia mucho mejor,
su silueta es más clara y comienza a notarse su tono rojizo. ¡Tantas veces mirarlo
desde la ruta 3 y ahora estar a un paso! Bueno, unos cuantos pasos, pero mucho
más cerca.
Ahora solo me quedaba atravesar un manto
verde y comenzar a caminar sobre una ladera a 45º. Es ahora cuando me pregunto
qué hago. Nada. Ya estoy bailando y, parece, soy muy bueno. Mi propósito era
llegar hasta la piedra y observar el panorama.
Luego de caminar, tomarme con las manos de la
montaña y respirar profundo, pude llegar. Descansé y abrí bien mis ojos. Lo que
apreciaba era mucho mejor de lo que me esperaba. El cerro Submarino y otro, que
está a su izquierda, son enormes. Es en ese momento cuando me sentí un grano de
nada. Giré hacia el noreste y la sierra Alvear se divisaba detrás de la maldita
cortina de humo. Aún así, la visión era
hermosa.
Decidí merendar en el lugar, tomar algunas
fotos y disfrutar del silencio. Gracias a la cercanía del complejo invernal, la
señal de celular me permitió avisar a los míos que todo estaba bien. Yo tomando
agua a 676 metros sobre el nivel del mar.
Cuando me sentí recuperado, tomé mis cosas y emprendí el último y más corto tramo. Bajar la montaña y atravesar el valle de piedras hasta la laguna.
En un pequeño brazo del arroyo principal volví
a cargar de agua fresca y retomar el camino. Ya no hay senda, no hay marcas de ningún
tipo. Parece que nadie visitó ese lugar, aunque Google Earth y Panoramio dan
cuenta de lo contrario.
Y por fin accedo a la laguna. Describe una
forma extraña, el fondo es verdoso y hay unos pequeños insectos que nadan y
caminan sobre las piedras en su interior. Nunca los había visto, son negros,
pequeños y… muchos.
En el lugar no me quedo mucho tiempo, sin
lugar a dudas la vedette de este sendero es la gran cascada que dejé atrás. Sin
embargo, el lugar es fantástico. Al fondo, un breve glaciar brinda el agua que
bebí antes, el cerro se ve más rojo que a lo lejos, las piedras y la ausencia
de vegetación le dan un misterio encantador. Por fin llegué.
Realmente contar cómo fue el regreso, sería
absurdo. Luego de cuatro horas de caminata, reconozco, me pongo algo insoportable.
De modo que solo agregaré, que llegar a Thunder me demandó dos horas. Fui en
medio del bosque siguiendo las intermitentes marcas de la senda.
Conocer el cerro y laguna Submarino fue intenso, dramático en algunos momentos, pero sobre todo renovador. Ahora, cuando casi es medianoche en Argentina, recibo mails actualizando sobre lo que sucede en bahía Torito, y solo siento vergüenza por la desidia y falta de respeto de algunos habitantes de ésta tierra.