
Así, el domingo último decidí partir desde el
segundo puente en la Ruta J. Lo hice a las 11 de la mañana (decisión errada,
habida cuenta de lo que sucedería luego). Me ocupé de llevar ropa seca de
repuesto, sándwiches y cosas dulces para un trekking del que no conocía nada.
En esta parte del bosque fueguino, obviamente
no hay senderos ni blancos, de modo que para caminar hay que sortear escollos
que, por momentos, hacen tediosa la marcha. Árboles caídos, enormes rocas y la
costa del río Remolino, por instantes hacen inaccesible la marcha.

A continuación, una enorme turbera en
desnivel me invitaba a desandarla. Cansado y con el esfuerzo doble de
atravesarla, arribé a la naciente de un nuevo tramo del río Remolino. Extrañado,
cargué las botellas con su agua y me dispuse a almorzar. A ambos lados del río,
los cerros se alzan en una altura de 800 o 1000 metros, y se despojaban de su
vegetación a los 600.
Luego del descanso, decidí continuar. Eran
las 15,30 y el sol seguía iluminando y brindando un cálido abrigo. De a poco,
comencé a sentir el viento que provenía del sur, eso me informaba que estaba
cerca. Al menos, eso creí.
Para la segunda etapa del trekking, decidí no
caminar más sobre el bosque. Lo ideal era hacerlo por el lecho del río, de
aguas bajas y cristalinas. Ayudado por un improvisado bastón de lenga, mi andar
se vio intensificado y así, en poco tiempo, pude recorrer una distancia que en
promedio, superaba la etapa anterior.
A cada instante me detenía para observar la zona, mirar los cerros y apreciar, por ejemplo, dos cóndores sobrevolando la altamontaña y un avión –no se de qué empresa- surcando el cielo fueguino. El bosque, verde e imperturbable, se mimetizaba con sectores grises y desprovistos de hojas, los castores, a lo largo del recorrido habían dispuesto varias represas que anegan el lugar y destruyen todo lo que hay a su paso.


Me senté un momento, evalué las posibilidades, y concluí que –por seguridad- lo mejor era emprender el regreso. Lo hice a través del lecho del río y descansé en el mismo punto donde había almorzado, tres horas antes.
Volví a emprender la marcha con dirección norte y a las 22, llegué al punto de partida, con el sabor amargo de no haber cumplido el cometido y la sensación que Remolino se ha convertido en una empresa que hay que lograr. Entiendo que será más adelante. Al llegar al auto y sentarme, noté que a veces el cuerpo necesita un poco más de preparación.
UNA PRESENCIA SORPRENDENTE

Cuando estaba regresando, y luego de atravesar el enorme turbal en el recorrido de Remolino, volví a hacerme del lecho –esta vez del brazo norte- y al momento de iniciar mi descenso a las piedras, vi que un castor adulto caminaba sobre ellas. Alcancé a disparar una fotografía y cuando notó que yo lo observaba, en un movimiento ágil y sorprendente se internó en las aguas del río.
Entonces pensé, la gran cantidad de esos
roedores, distribuidos por toda la zona haciendo desastres con nuestro bosque,
nuestros cursos de agua. Ahí comprendí que en muchos sectores, yo atravesaba
pequeñas pozas en el curso del río. Y ¿si uno me encontraba? ¿Y Si nos encontrábamos?
Para finalizar, me gustaría mucho conocer el nombre y
apellido del genio que trajo esta especie exótica y la rata almizclera a Tierra
del Fuego.