Luego de dejar el Lago Escondido, la geografía de la estepa fueguina comienza a mostrarse. Montañas bajas, de suaves contornos, dan una amplitud visual que en el Sur no se aprecian.
El cielo, cerca de las 7 de la tarde, se enciende furiosamente de un anaranjado fuego. Sin lugar a dudas, y con conocimiento de causa, esos cielos no los he visto tan a menudo en el Sur… Sólo la estepa permite este espectáculo natural y único.
La ruta, con residuos níveos, apenas es visitada por solitarios vehículos que pasan sin advertir tamaña pintura de la Naturaleza.
Hasta el humo que emana el aserradero que está en la cabecera del Lago, se conjuga con el entorno para darle un tinte misterioso a la postal del Corazón de la Isla.
Rojo, amarillo, turquesa, azul, violeta y naranja son los colores que perduran en el firmamento, al fondo, las montañas impasibles… Como hace miles de años, mudas testigos del paso del tiempo.
Nuestro viaje virtual, llegará hasta los límites del río Valdez o como lo llamaban los Selk’nams y lo documenta Lucas Bridges, "arroyo Hennenshiki" (volar arroyo), cuando una camioneta de transporte de pasajeros busque urgente Tolhuin.
Leyendo el libro “En la isla del Fuego” del Padre Juan E. Belza (1975) IIH – Tierra del Fuego, página 141, el señor Roberto Reynolds Bridges da una pintoresca descripción de Tierra del Fuego en oportunidad de ahondar en un escrito sobre los guanacos fueguinos.
"En nuestro país de bondades naturales, que se escalonan de norte a sur y de este a oeste, ofreciendo las gamas más diversas en belleza topográfica y panoramas únicos en el mundo por sus características, existe una tierra donde el tiempo ha detenido su marcha por valles, lagos y montañas, temeroso talvez de precipitarse en la inmensidad del piélago austral, que esconde el tenebroso más allá de otro país de hielo y luz auroral, que es reflejo antártico de la Argentina en el espejo marino, allende el Mar de la Flota. Irguiéndose somera de playas, ardiente de sugestiones y burilada de riadas blancas de nieve, ante la masa inerte de Navarino, la Tierra del Fuego no apaga jamás las llamas de su belleza ancestral.
He pasado la mayor parte de mi vida en el más antiguo establecimiento rural de Tierra del Fuego. La erosión del paso de los años ha suavizado aquí las fronteras entre la naturaleza y la labor realizada por la mano del hombre. Los que amamos y vivimos en esta tierra, hemos tratado de conservar el ambiente del pasado, para que las generaciones del futuro puedan disfrutar nuestro presente…”
"Los guanacos de Tierra del Fuego" Roberto J. Reynolds Bridges - Anales de Parques Nacionales, tomo VI, p. 3 - 7 en el año de 1956.