sábado, 13 de octubre de 2007

DESCUBRIENDO ESMERALDA



Desde que llegué a vivir en Ushuaia, por el 2004, con quiénes me cruzaba y empezaba a hablar sobre los paisajes que enmarcan la ciudad, me decían ‘¡tenés que conocer Playa Larga!’, ‘A vos que te gusta caminar, tenés que ir al Parque (Nacional Tierra del Fuego)’,’¿ya conociste Harberton?’ y también me hablaban sobre muchas lagunas y lagos.

Sobre eso último me detengo, y puedo decir que me han mencionado muchas lagunas. Cerca, lejos, allá y acá. De los Témpanos, Cinco Hermanos, Esmeralda, Margarita, Del Diablo, Encantada… Pero a ninguna fui caminando (lo que realmente me gusta hacer). Hace un tiempo me contaron que para acceder a una laguna de color verde, así como la esmeralda, había que ingresar por un sendero en Tierra Mayor y de ahí caminar, caminar y caminar hasta que detrás de unas rocas negras estaba la famosa Laguna Esmeralda.

Todos, cuando yo hacia referencia a esa laguna, me hablaban por el color verdoso de sus aguas, de lo tranquilo que era ahí y hasta del calor que se sentía. Pero de lo que nadie me habló fue sobre las imponentes montañas de que alzan en tres de los costados de Esmeralda.

¿Se puede sentir alguien intimidado por la presencia de la naturaleza? Bueno. Si lo duda o lo llega a poner en discusión, lo invito a que viste ese paraje.

Las enormes paredes de roca negra, amarilla y gris que se levantan llegando no sé a qué benditas alturas, hace que cualquier ser humano se sienta menos que la arena que adorna la costa de la laguna.


Ayer viernes, luego de 
varios intentos fallidos conseguí una acompañante dispuesta a guiarme en los senderos de Tierra Mayor y de las Sierras Alvear, donde está la Laguna Esmeralda.

Caminamos desde Altos del Valle a escasos kilómetros de Ushuaia, hasta la laguna por espacio de 3,15 horas. Si. Tres horas y cuarto. Salimos de la ruta a las 10,30 y llegamos a las 13,45.


En otras entradas, describiré en detalle el recorrido, en donde nos cruzamos con arroyos, un torrentoso río, turbales inundados y bosques de ñires impenetrables. Ah. Y la nieve, que se había ensañado con mi amiga impidiéndole el paso a cada instante.


Me quiero detener en el lugar mismo que tantas veces me habían descripto y que hasta entonces, no había podido conocer.


Luego de recorrer el sendero, demarcado con plásticos azules clavados en los árboles a modo de señales en medio del bosque, de cruzar dos turbales, de subir y bajar pendientes y bordear un río, que después entendería que nace en la laguna, nos topamos con una pared de roca negra. El río, ahí mismo, saltaba entre enormes peñascos grises y negros dando a la vista una hermosa y ruidosa cascada.

Cuando sorteamos por fin las rocas, empezamos a subir, siempre bordeando el río. De golpe, casi sin aviso apareció la Laguna Esmeralda. Impresionante la paz de sus aguas, estaba más de la mitad cubierta por un manto blanco de hielo y hacia la línea de la costa se podía percibir lo verde de su fondo.





No hacía frío, no corría el viento y si bien es cierto que el sol no nos acompañaba, los reflejos de la luz en las eternas nieves de la sierra, reflejaban en Esmeralda sus líneas, las formas de los picos nevados y las laderas del majestuoso Alvear.



Las fotos que publico hoy, son apenas una muestra de las 100 que quedaron de 130 que originalmente tomé. Y como dije más arriba, iré de a poco, contando cada Momento que vivimos en nues
tro viaje a Esmeralda.